lunes, 5 de mayo de 2014

USHUAIA. Un poema de Rafael Benjamín

Los invitamos a leer este hermoso poema de nuestro querido amigo Rafael Benjamín.


Ushuaia


“Hay un gran dolor en aquella comarca argentina…” 
Ricardo Rojas

Los cormoranes siguen la huella  extraviada en el viento
de  un vuelo náufrago.
Hay en  mi sueño un rojo faro
y  no hay otra señal en las cumbres nevadas
distinta a  tu reflejo en el mar transparente de la Bahía Lapataia.

El viento, que juega con tu cabello, trae silencios de piedra que sobrecogen el alma.
Surco un doble cielo: el de tus ojos y el del firmamento asomado
en el espejo del lago.
Los guijarros redondos dispersos en la playa
cuentan la historia, aún no narrada,  de la tierra cuando en ser humano
no era todavía una idea en las manos de un solitario y loco alfarero,
ni siquiera el impulso errático de un gen sin memoria en los abismos de  la falla del Lago Khami,
ni siquiera un extravío de la vida en el pantano primordial de la tierra.

Caminamos sobre preguntas sin respuesta,
vagamos sobre una corriente pétrea que desafiaba nuestra ignorancia.
En los guijarros, bajo un sol radiante,
nuestra sombra era la escritura, una vez más,
de los Yamana siguiendo nuestros pasos erráticos.

Existe aquí, ahora, dijiste, una puerta invisible hacia una Patagonia no nombrada,
antes de que la pezuña diabólica del hombre blanco profanara las tumbas antiguas
y el vientre de las mujeres untadas de grasa de foca.

Te seguí:
encontraste un camino al cielo interior entre las grietas del hielo enceguecedor de un glaciar,
cuando tu brazo, tu blanco brazo, más blanco que la nieve, penetró las oquedades azules
del agua seminal del tiempo,
y  te hiciste, de repente, viento,  bailarina de las inmensidades australes,
y pude comprender, gracias a este milagro  del tiempo detenido en el tiempo,
los rituales de la danza y el fuego que se escondían en tu corazón.

¿Hacia dónde van las rocas en su silenciosa deriva?
Son inútiles poemas de la tierra en su eterno parir, dijiste.

No había manos dibujadas en las nubes
pero  dejaste huella de las tuyas en la nieve del Cerro Martial
que un caminante encerró en un corazón,
y  en los alerces solo quedaron restos de verdes y ocres  preguntas
que el tiempo no supo responder.

Y yo, y tú, mujer bendecida por las luminarias del cielo estrellado,
estábamos allí, en la quietud del lago,
devorados por el repetido fuego azul del agua y del cielo,
y el amor,
y no sabíamos aún que todo amor es un acto de desobediencia,
y que lo que jurábamos nos arrojaría más allá de los escollos
y de las advertencias del Faro Les claireurs
a los confines  inciertos de un silencio cómplice,
navegando a las  bordadas entre el laberinto del verbo
con sus dientes afilados y sus trampas.

Lanzamos piedras, cálidas piedras, al Lago Margarita
para profanar el sabio silencio de las profundidades.

Ya lo habían dicho las gaviotas:
yo no soy si no un viajero muerto,
un náufrago hace tiempo devorado por los fieras de los abismos del mar,
y mis huesos han renacido a la vida, como alerces,
gracias a una palabra mágica con sabor al mar antártico
pronunciada por Amakaik, la dueña del fuego interior que arde sin consumirse:
levántate y anda”…

Y la zarza ardió, y los huesos abandonados en los pedregales
y entre las algas florecieron,
y yo, errante, absurdo e ingenuo en mis silencios de ignorante,
emergí de la nada, mi propia nada, en una noche de estrellas fugaces,
como mi propia vida.
Y nada dije
porque no tenía palabras…

Rafael Benjamín.




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