Acudiste a la cita sin tus alas
Acudiste a la cita sin tus alas
- las olvidaste –
no eran necesarias,
yo tampoco traje mi reloj de arena
-no sé si tengo uno –.
El parque de Lourdes es una algarabía
El parque de Lourdes es una algarabía
que deja desierto el corazón
y nada parece verdadero
a no ser la iglesia que imita
un termitero,
a no ser el vacío
de escalar la noche
y caer en la nada de la oscura taberna
subterránea
donde me invitas – para confundirme –,
a tomar una cerveza,
oír los sermones de Sttig
y contemplar una hormiga
arrastrando un cristal de azúcar.
Es hora de marcharnos.
Caminamos
por la Avenida
Séptima
desafiando los fantasmas
que vienen con la llovizna de agosto,
Lestrigones, Cíclopes y
el mar ensombrecido de la duda
que me invita al dolor,
pero es tu mano quien me guía
y me lleva a la Itaca de tu cuarto
donde la noche se ha abierto,
cálida,
como una flor azabache.
Amanece
Amanece:
sobre los cerros
el día
asoma los ojos grises del alba
y bajo la estatua sin un nombre
frente al supermercado de la sesenta y tres
agoniza una paloma.
Es hora de ir hacia el trabajo, al rebusque
pero mi cuerpo está en huelga
y no obedece.
La noche suele esconderse
La noche suele esconderse
bajo las alas
de la alborada del viento.
La noche se desnuda de sombras
cuando el horizonte
es apenas un rayo de luz bajo mi puerta
y tu cuerpo se ilumina
de oscuros resplandores…
Es la eterna agonía del
cemento
Es
la eterna agonía del cemento,
la
herrumbre primordial,
el
horizonte herido
lo
que lacera la mirada,
agobia
la palabra,
y
te hace esperar la noche
como
una amante que sabe,
que
es su último encuentro,
el
último...
Trance luminoso el de
la vida.
Trance
luminoso el de la vida.
Duro
trance el de la propia existencia:
atada
al sueño,
torturada
por
la palabra,
ceñida
por el deseo.
Línea
y espiral
sobre
el abismo,
sucesión
perpetua,
planos
yuxtapuestos como espejos,
tosudas alas, las del deseo de volar,
invisible
centro, pedernal,
eje
uno y múltiple,
sueño,
viaje,
viaje,
inútil
viaje sobre los caminos de asfalto.
Duro
y dulce trance
el
de la propia existencia …
Qué sería de mí
Qué
sería de mí
sin
la secreta quietud
y
el silencio interior
que
sobrecoge
cuando
subo a los cerros.
Rebosa mi corazón de alegría
y es mi corazón un tambor al viento.
La tarde me
toma todavía en las laderas de la vía a La Calera
y en el valle los tejados de arcilla de La Candelaria parecen carbones encendidos.
Cruzan las aves y se divide la esfera del cielo.
Atardecer
No teníamos un lugar para la guerra sin cuartel
no teníamos un altar para compartir el pan
no teníamos un dios para rogarle
ni una maza para seguirle dando.
En este exilio del tiempo y del sentido
por amor y por necesidad
nos instalamos el uno en el otro.
Escribíamos poemas en los recibos del gas y la
energía
y dibujábamos en los manteles de papel
de los restaurantes.
El atardecer en julio era un consuelo.
En el Parque Nacional, echados sobre la hierba
dejábamos
fugar los sueños
y en la doble
noche infinita de tus ojos
yo era apenas
una luciérnaga urbana
que soñaba
junto a ti
el comienzo de la errancia.
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