jueves, 23 de julio de 2009

LAS MUJERES DE LA PLAZA DE BOLIVAR












Estos dibujos nos los envía E. Sánchez para la publicación en el blog y para quién quiera utilizarlos. Recuerdan una marcha en la que las mujeres reclaman por sus seres queridos "desaparecidos" por los violentos.

sábado, 11 de julio de 2009

REFLEJOS EN UNA TAZA DE CAFÉ: 20 CUENTOS MÍNIMOS DE RAFAEL BENJAMIN

Foto de Daniel Farnum tomada de Internet



REFLEJOS

Cuentos mínimos de Rafael Benjamín



1.
Dones

Receloso, agradeció la humana carne ofrecida por los dioses.


2.
Mausoleo

Hasta sus oídos momificados llegó el ruido de la caída del muro.


3.
Minotauro

La ciudad tenía cuatro caminos, todos de regreso.


4.
El Único

Con alegría, Dios, el Único, recibió la noticia de que no era eterno.



5.
Sueño

Durmió con el revolver debajo de la almohada con la inútil premonición que volverían los monstruos.


6.
Profecía

Al descender de la cruz comprendió que la profecía era cierta: moriría antes de la decimoctava palabra.

7.
Visión

El presidente creyó ver, en el inmenso vacío de la plaza, el fusilamiento de su sombra.


8.
Odio

Avivaron el odio con el calor de sus corazones y no fue posible mantenerlo


9.
Amanecer

¡Buenos días! Saludó el náufrago a la gaviota que quería posarse en su cabeza


10.
Fantasma

Las flechas sonaban como una tormenta de granizo contra la puerta de la fortaleza ahora abandonada.


11.
Error

El primer error lo cometió el día en que comenzó a trabajar, el último, el día de su muerte.


12.
Guerra
El destino les había hecho una mala jugada: se tomaron el poder


13.
Ónice

Hermosa, solemne, miraba el paso del cortejo fúnebre reflejado en el ónice de su anillo cargado de veneno.


14.
DJ.

Solitario, en su consola, el DJ tomó el disco de acetato que compró en el Mercado de las Pulgas sin saber, que con él, iba a destruir una galaxia.


15.
En la ventana

La mujer de abrigo gris cruzó de nuevo frente a mi ventana y detrás de ella, otra vez, venía la lluvia.


16.
Poder

Con el corazón en la mano vio venir el tren, marcha atrás...


17.
La carta

Nunca quiso abrir la carta con olor a mar que trajo el hombre del correo. No era tiempo de soñar...


18.
Naufragio

La noche del naufragio todos, menos él, estaban en tierra.


19.
Penitente

- ¡No! ¡Yo soy así y punto! - Respondió el penitente a la mujer del espejo



20.
Traidor
Esa noche el traidor se dio cuenta que era el último de la lista


domingo, 5 de julio de 2009

EL AMOR ES PURO CUENTO

Foto de Suzanne Gonzalez tomada de Internet


El amor es puro cuento


Dos historias del libro inédito de Benja Gutiérrez


Eriadna


1965. El segundo día de clase en la Universidad fui presa del amor. Fue un ciclón, un arrebato que casi me destruye. Estuve un año en una montaña rusa: del éxtasis a la muerte. Y pasé la prueba del laberinto y salí del fuego transformado como una pieza de hierro que sale de la forja y del yunque convertida en una azada, una espada, un cincel…

Eriadna era de piel blanca, rubia, con un cabello de una gran plasticidad, de cejas espesas y unidas, ojos de color almendra expresivos, una nariz bien formada y mentón estrecho que le daba a su rostro en forma de corazón un aire distinguido. Alta, bien hecha de senos hermosos, pero nada más extraordinario que sus manos. Parecían aves, dulces aves reposando en su regazo o ariscas, agitando el viento, por su manera particular de gesticular. Me enamoré de sus manos.

Apasionada en todo. Le fascinaba la polémica, pintaba, tocaba la guitarra y cantaba rancheras y boleros. Excelente chalán, le encantaban los caballos de paso y también la vida del campo. Había terminado arquitectura y empezaba filosofía. Tenía en su departamento – un séptimo piso desde donde aún podían verse los cerros tutelares de la ciudad - una iguana de nombre “Michele” (por la canción de los Beatles) que la seguía como un perro. Al final del año se retiro de la facultad dejándome para casarse con un hombre mayor, un empresario agrícola adinerado, al que acababa de conocer. Me declaré muerto pero no morí. Su amor y su abandono me enseñaron mucho sobre lo frágil del amor y de la condición humana.

Una noche de conversación interminable amanecimos en una banca de la plaza principal de la ciudad, dedicada a Bolívar, y frente a la estatua del héroe, siempre cagada de palomas, hicimos un pacto de sangre – ritual cursi quizás, pero sincero en ese momento – . Allí escribimos en una libreta artesanal nuestro proyecto de vida. A veces pienso que ella escribió mi futuro, y que en esa pequeña libreta, que perdí, con sus dibujos y laberintos y su hermosa caligrafía, se convocó el misterio circular de los astros y se inauguró la cábala de la aventura de mi vida errante- que aún no termina –.

Ella que retó a los demonios o ángeles que custodian la vida de las personas, también me condenó al recuerdo, a nunca olvidarla.

La última vez que la vi, antes de su matrimonio, me obsequió una bufanda de seda, tejida por ella, con el perfil de una montaña bordada, estrellas, un ave nocturna y una frase amorosa en lengua Rom y que entendí decía: ” Siempre llevaré tu nombre atado al ruedo de mi enagua”. Me dejó, me abandonó, fue duro el destino con ella, quizás injusto porque al poco tiempo murió su esposo y su hijo. Y se marchó del país.

Una tarde de soledad y tedio entré a una sala de cine. Una de las escenas de la película que proyectaban mostraba el detalle de las manos de la protagonista aferradas a la espalda de su amante. Los dedos largos y su movimiento de olas me hicieron recordarla. Pesar, ternura, y la frustración subterránea del pasado ascendió como fuego espontáneo, lava ardiente del alma, y lloré. Cambió la escena, y abandoné la sala. Luego supe, por una amiga que la encontró en una calle de Los Ángeles, que era “doble de manos” en Hollywood y que también leía la suerte. Quizá, ahora, mientras escribo esta nota, deba estar echando las cartas bajo la sombra de una carpa en algún lugar de la tierra. Eriadna me ayudó a salir de mi caparazón, de mi timidez y me enseñó la palabra amor, con su peso, su gloria y su infierno. Motivo suficiente para llevarla en el corazón.



Nocturno


Las circunstancias en las que conocí a Claudia son para mí un misterio: un murciélago había chocado con ella y herido su frente. Acudí en su ayuda, y en auxilio del murciélago a quien le falló el radar (quizá hipnotizado, se dejo ir, impotente, contra ese mar oscurísimo y doble de sus ojos). Con mi pañuelo contuve la leve hemorragia de la frente de ella, y al bicho, tomándolo de los extremos de sus alas, lo abandoné en un sitio seguro bajo un matorral. El vestido de ella emanaba un delicioso olor a hierbas aromáticas – después descubrí que también su desnudez – y su blusa blanca tenia pequeñas manchas de sangre.

Acompañé a Claudia a reponerse del susto en una banca del jardín del hotel. La noche oscura era apenas un adorno para sus ojos. Fumaba nerviosa. Comenzamos una conversación que más parecía un río infinito. Estábamos hablando de su pintura, de un cuadro que estaba haciendo sobre la expulsión de Adán y Eva del paraíso, cuando cansada se reclinó sobre mi hombro, giró su cabeza y cerró los ojos. Su cabello sedoso y el aliento calido de su boca en mi cuello me produjeron una dulce excitación.

Nos despedimos al amanecer con el pesar de dos amigos que se separan, pero con la seguridad de que se verán, inexorablemente, eternamente, en las noches sin luna.