lunes, 9 de abril de 2012

PEREIRANOS. 4 CUENTOS DE CAMILO DIAZ-BAR

Balada 01
Balada 02
Balada 03

PEREIRANOS. Es una colección de cuentos inéditos de Camilo –Diaz –Bar.
Del conjunto de cuentos presentamos cuatro que ilustran el espíritu y estilo de la obra de este colaborador del blog. Los dibujos son de la serie " baladas, del artista de La Calera Hes.

1. Demasiado tarde


Sintió que un hilo de sudor le escurría por el centro de la espalda. Faltaban pocas cuadras para llegar al edificio de los juzgados donde debería comparecer para responder una demanda de divorcio. Le quitarían hasta el último centavo. Una mujer encoñada, una amante sin escrúpulos. Miró el reloj: faltaba un cuarto para las once de la mañana. De pronto se acordó de la carta que recogiera la noche anterior. La buscó en los bolsillos interiores de su chaqueta. ¿Por qué demonios no se acordaba de la nota? Miró el sobre de color verde suave, un color que le atraía. Entró en un café de billares y escogió una mesa en un rincón con una suave penumbra para sentarse. Pasó Kat, un pintor que cambiaba cuadros por comida o por trago, siempre el mismo tema, el mar, al fondo la isla de Johnny Cay y en un primer plano una palmera, todo en tonos azules, el cuadro siempre fresco, con olor a disolvente. ¿Qué tal hermano? Vendiendo el de un entrepierne que tengo esta noche. ¿Te interesa? Y sin esperar respuesta el pintor siguió su camino por entre las mesas. Juan Carlos observó cómo el overol azul manchado de pintura del rebuscador marino se perdía en la bruma, también azul, del humo de los cigarrillos de los tomadores de café tinto que ocupaban la parte anterior del salón. "Cierra los ojos Juan Carlos y llénate de fuerza. Hay que oler el peligro, sacar ese sentido animal que pone en estado de alerta hasta la más mínima fibra. No, no tengo ese valor. La vida está llena de equívocos. Otro más, eso es, otro más, tal vez una broma de mal gusto, un juego, insert coin, no hay plata, se acabó el juego, te mataron Wilde , es sólo un juego...." Y de nuevo lo invadió la tristeza, la de siempre, la de la soledad urbana que emerge entre la basura de una avalancha de signos que no cesa, símbolos sin un soporte interior, mensajes huecos, publicidad , la piel como pedazos rotos de una escenografía. Miró los afiches pegados a las paredes: japonesas desnudas que anunciaban motocicletas, increíble: con tetas como gringas, mujeres musculosas alzando pesas, versiones femeninas de Rambo, litografías sucias de polvo y humo, imágenes de santos olvidadas por el tiempo del ocio, tiempo que vale. ¡Tiempo! gritó un perdedor estrellando el taco de madera contra el paño verde de la mesa de billar. Un cono de luz sobre la mesa atrapaba partículas de polvo. Dos televisores encendidos y suspendidos de la pared pasaban una telenovela que sólo miraba el cajero y un lustrabotas. Pidió una cerveza y abrió el sobre:” Juan Carlos, por favor, no salgas. Te están esperando. Perdón, te pido perdón…” No pudo leer más. Era demasiado tarde…

2. María de los Milagros


Había bastante gente en el parque. ¡Permiso! Dijo la muchacha y se sentó a su lado. Traía un sándwich de cordero en una bolsa de papel. ¿Almuerza siempre aquí, en el Parque Nacional? Preguntó con la intención de entablar una conversación. No. Se me ocurrió venir hoy… Casi no ceden las lluvias. Al fin salió el sol. ¿Le molesta si fumo? No. Yo también fumo en ocasiones. Encendió un cigarrillo y se quedó absorto mirando hacia la cordillera de Monserrate. ¿Le gustan las montañas? Si. Esos cerros son sagrados. Me imagino...¿De dónde es usted señorita? De Pereira. No nos hemos presentado. Mucho gusto, me llamo Vicente. Yo, María de los milagros ¿Usted es de Bogotá? No, de Tocancipá, un pueblito cercano. ¿Lo conoce? No ¿Y qué haces Vicente? Doy clases de matemáticas a domicilio –completaba su ingreso de ingeniero de sistemas enseñando a Baldor y preparando estudiantes maquetas para los exámenes.- ¿Y usted? Nada, casi nada, vendo camisas de Pereira. Son muy buenas.- Vendía camisas marca Camel en las oficinas pùblicas en la que tenía amigos la dejaban entrar, y en ocasiones leía el tarot- Mientras la muchacha consumía los alimentos Vicente el habló del significado de los cerros para los indígenas muisca: Los cerros funcionan como un reloj y como un calendario estelar. ¿De donde vinieron los muiscas? Del oriente. En el siglo noveno de los cristianos llegaron a la tierra prometida...!Oiga! Usted es como fans del tema. Bueno, es que...
¿Por qué te ves triste?
Una mujer hermosa y triste se ve doblemente hermosa, pensó. Ella le dirigió una sonrisa. Vicente me parcho. Estoy buscando con urgencia una persona. Yo otra. Chao Vicente. Me gustó conocerte.
La vio marcharse rápido hacia el sur. Se esfumó. Simplemente se disolvió en el aire. Era como una flor fresca. Aspiró profundamente el suave olor a hiervas aromáticas dejado por la muchacha. Buscó el crucigrama del periódico. "Palabra de ocho letras: cosa frívola". Se le ocurrió la palabra “bagatela”, pero bagatela era tal vez, si la memoria no le fallaba, una melodía para piano de Bartok. Pero la música tenía sustancia. Pero no como el perfume dejado por la muchacha que tenía más alma, más sustancia.

3. Regla de cálculo


A veces recordaban el incidente. A Pilar le divertía pero él sentía la misma vergüenza, el mismo vacío en el corazón. Ella, Eugenia Rodríguez era la más tímida entre las tímidas. Buena estudiante, nerda, silenciosa, se ruborizaba por todo. Un día se apareció con una impecable falda blanca que acompañaba el uniforme de gimnasia, y Luis, que percibía el terror de sus compañeros mujeres a la primera menstruación, le puso en la silla, y sin que ella lo percibiera, tinta roja. Era la clase de geometría y por ser la mejor y la preferida del profesor, siempre la llamaban al tablero para demostrarle al resto de burros como se razonaba de manera correcta. Salió al tablero y sólo se oyó una carcajada general. Primero se puso pálida y luego, cuando el profesor, con igual embarazo se le acercó al oído para decirle que estaba manchada y que se retirara al baño. Ella se puso roja, del mismo color de al tinta, y tomando su valija, salió corriendo, bañada en llanto. Sufrió una crisis de nervios. Nunca sintió Luís tanta vergüenza, vergüenza que lo acompañaría por el resto de su existencia. Aclarada la pilatuna lo expulsaron del Colegio. Trató de hablar con ella, pero imposible, siempre rehusó cualquier contacto con él.
Y ahora, en esta hora triste de los enredos judiciales, verla ahora en el estrado, con su toga negra y su mirada de ave rapaz, sabiendo de su inocencia, pero también, como se lo dijo Pilar: “tu no entenderás nunca el dulce sabor que nos produce a las mujeres la venganza”.

4. Fuga


Tuvo una sensación fría, metálica, en la sien derecha. Abrió los ojos tratando de espantar el sueño. Un hombre le apuntaba con un revólver. Trató de incorporarse y recibió un golpe seco en la oreja derecha que lo inmovilizó. Intentó de nuevo pero alguien, un hombre bajito que estaba detrás y que no había percibido, le asestó otro golpe en la nuca y luego lo tomó del cuello. Trató de gritar pero el hombre le tapó la boca y le aplastó la cara con la almohada. Una luz brillante y un ruido eléctrico estallaron su cerebro. De un puntapié lanzado al azar derribó al hombre que lo estrangulaba, el otro le apuntó con el revólver, y se escuchó una detonación seca; el hombre del revolver cayó sobre Juan. Del agujero en el occipital brotaba un chorro de sangre. En la puerta de la alcoba estaba Marina, la pererirana, entre sus manos sostenía una pistola. Juan se quitó el cuerpo de encima, trató de levantarse, de de decir algo, pero no soportaba la cabeza y cayó tendido en el piso. Tengo que salir de esta pesadilla se decía mientras se deslizaba hacia un abismo oscuro arrastrado por un tibia y pegajosa corriente que manaba de algún lugar de su cuerpo. La muerte es un desprendimiento. Se escapan las vivencias del pasado como hojas desprendidas de un árbol. Vuelan, se esfuman en un espacio negro. Un cubo escénico. El teatro de la nada se abre sobre si mismo. Rueda, cae. Otra detonación sonó como el eco de una roca que cae en el abismo nocturno de la noche. Se acordó de las tizas estrelladas contra la pizarra del salón de clases en las guerras de los alumnos cuando por fuerza se retiraba el profesor. Sintió miedo, físico miedo. No estaba soñando. Lo sacaban en una camilla de su apartamento. Trató de incorporarse pero no pudo. Había dos muertos había dicho un agente de la policía. Y se derrumbó de nuevo en su inconsciencia. Recobró el conocimiento en la sección de urgencias de una clínica en la circumvalar. No se movió. Tenía un choc profundo. Trató de gritar pero no salía sonido alguno de su garganta. Ella, Marina estaba quizás muerta, asesinada en su apartamento. Una alarma se encendió en su mente presa de dolor y de confusiones. Lo habían dejado en un espacio que separado por cortinas de plástico formaba un cuarto. Un hombre de cachucha negra y chaleco antibalas estaba apostado a la entrada. Había una inmensa confusión por algunos heridos que llegaban a causa de la explosión de una bomba en un supermercado. Sudaba, tenía la boca reseca. Observó que el hombre de la cachucha de beisbolista salió, seguramente al baño. Lleno de angustia se incorporó, se desprendió la aguja del dispensador de suero, sintió un dolor intenso en la mano, brotaron algunas gotas de sangre. Buscó su vestido que estaba en una bolsa plástica al pie de la cabecera de la camilla metálica y en medio de la confusión se dirigió a un cuarto de ropas. Había algunos ganchos con prendas seguramente de las personas de turno. Tomó una bufanda y se envolvió el cuello, empujo nervioso la puerta de vidrio y cruzó por detrás de él vigilante y rápidamente salió tratando de absorber a través de su nariz todo el aire frío posible. Un camino incierto se abrió ante sus ojos y como entre un túnel, se lo tragó la noche.

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