viernes, 24 de abril de 2009

LA NOSTALGIA POR UN QUIJOTE CARIBEÑO


Los rumores de una América preñada de historias inverosímiles, magnificada en los relatos de geógrafos y viajeros terminaron por visibilizar el Alonso Quijano que Miguel de Cervantes Saavedra llevaba dentro. América era, para muchos peninsulares, esa especie de pariente lejano al que sin embargo se acude en los momentos de mayores angustias económicas y conflictos personales.
El 21 de mayo de 1590, a la edad de 43 años, con el fardo a cuestas de cinco años y un mes de prisión, dos excomuniones en su contra, una acusación por malversación de fondos, y cansado de tanto peregrinar en busca de un cargo público acorde con sus cualidades de soldado ejemplar, Miguel de Cervantes Saavedra dirige una desesperada carta al Consejo de Indias en la que, luego de demostrar su servicio y lealtad a la Corona y la mala fortuna de él y su familia, solicita al rey de España, Felipe II, que le conceda un empleo en América.
El abanico de alternativas vacantes que Cervantes le muestra al rey es bastante amplio: contador del Nuevo Reino de Granada, gobernador de la provincia de Soconucos en Guatemala, contador de las Galeras de Cartagena o corregidor de la ciudad de la Paz. Ante el desespero, da lo mismo el calor soporífero del Caribe que pega la ropa al cuerpo o la altura de la Paz donde el frío entumece.
El puesto de contador de las galeras de Cartagena es el de menos relevancia dentro de la lógica burocrática colonial. Sin embargo, todo parece indicar, que de las diferentes alternativas expuestas por El Manco de Lepanto en su carta, era el cargo donde mayor opción tenía. Circunstancias de su vida anterior así lo demuestran.

Que se le haga merced

En la batalla de Lepanto en 1571, Cervantes recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda. En esa misma batalla, don Pedro Bravo de Acuña también salió herido, y junto con Cervantes fue internado en el hospital de Mesina. Durante la convalecencia, Cervantes y Bravo de Acuña, un militar naval por vocación, establecieron una importante amistad. Después de que fue dado de alta, Bravo de Acuña continúa en la armada y regenta el importante título de General del Mar. El 26 de octubre de 1592, por disposición real, Bravo de Acuña es nombrado gobernador de Cartagena. Resulta bastante sintomático, que la petición de Miguel de Cervantes Saavedra al rey para que se le otorgara un puesto en las Indias, haya sido hecha precisamente dos años antes de que don Pedro fuera nombrado gobernador, nombramiento del que ya Cervantes seguramente tenía conocimiento.
No obstante, tan aparentemente favorables coincidencias, don Miguel de Cervantes Saavedra nunca pudo venir ni a Cartagena ni a ningún lugar de las Indias. Con la escuálida respuesta de, “busque por acá en que se le haga merced”, el doctor Nuñez Morquecho, funcionario de la Corona, selló para siempre su ineluctable destino de angustias y desamparo.

El quijote caribeño

Por supuesto, Cervantes nunca llegó a Cartagena de Indias, sin embargo, en el cuento-ensayo, titulado En un Lugar de las Indias, Pedro Gómez Valderrama, por intermedio del fascinante arte de la conjetura histórica, ubica a Miguel de Cervantes Saavedra en Cartagena, e invirtiendo los roles, coloca a Alonso Quijano como el escritor y a Cervantes como el personaje. La literatura aparece aquí como esa hermana valerosa y atrevida de la historia, que asume las culpas ante la necesidad de ésta última de mantenerse recta y objetiva. Llena los vacíos de esa zona borrosa y misteriosa en la que los historiadores no se adentran por no disponer de un presuntuoso pié de página que le sirva como sustento.
A través de este cuento-ensayo, el autor de La otra raya del tigre, convierte la novela de caballería en crónica de Indias y le concede una nueva maternidad al Quijote. Es decir, lo vuelve americano, o mejor, caribeño, pues la Crónica de Indias es la primera manifestación de la novela americana.
Ahora bien, la caribeñización del Quijote, implica una desacralización de sus más sacras formas. Aquí la dulcinea se vuelve de carne y hueso, y es encarnada, por la mulata Piedad con quien el Quijote (Miguel) descubre o redescubre su genitalidad. Sin embargo, toda utopía convertida en realidad resulta inferior y desencanta. El descubrimiento de su dulcinea (la mulata Piedad), y la terrenalización del amor que en un principio aparece como su momento epifánico, se convierte en su desgracia: “Sin deseos de regresar a la madre patria, consumido en el alcohol y la sensualidad siniestra de la mulata, llega a un despego tal de todo, que nada le importa”.
El Caribe no aparece aquí como el espacio de la salvación, sino como ese Caribe purgatorial. Ese “diario morir frente a la sal”, donde el sol pierde su halo benéfico para convertirse en el combustible que atiza la caldera. Tal vez a don Alonso Quijano y a don Miguel de Cervantes los devoró el “trópico corrosivo”, o simplemente ambos tenían un destino trágico tan ineludible, que ni siquiera el Caribe podía salvarlos.

La nostalgia a quien la merece

En Cartagena nos acostumbramos por mucho tiempo a las nostalgias estériles, a la genealogía recién fundada. Sin embargo, recordar la posibilidad de que Cervantes, en su etapa más productiva como escritor, viviera en Cartagena de Indias, supera la nostalgia que convirtió el dolor en souvenir turístico. Más que la añoranza por el pasado que no fue o que no pudo ser, es la celebración a la construcción de una tradición literaria en la ciudad. Lo que se celebra es esa forma de nostalgia que le permitió a Luis Carlos López, construir, con mirada clara y precisa, una cartografía para andar y desandar la ciudad; la misma que hace que Roberto Burgos Cantor le profese un “amor encabronado” a Cartagena, y se encierre en el baño a cantar para no llorar, mientras recuerda los sones del Michi Sarmiento, la generosidad de las putas del burdel de Germania de la Concepción Cochero, los amores con arena de playa, y el claxon festivo de un tren que transportaba los guitarreros y acordeoneros de la región, las farotas y cantadoras, y los cumbiamberos apiñados y dormidos.

Javier Ortiz Cassiani. Tomado de El Espectador abril 23 de 2009 con autorización del autor.

No hay comentarios: