jueves, 17 de febrero de 2011

EL MUNICIPIO DE SONSON EN LOS AÑOS 50 DEL SIGLO PASADO: RECUERDOS. (1)

Sonsón en los años 50. Foto de Hernando Sánchez E. tomada desde el cementerio
Paisaje de Sonsón. Foto tomada de Internet
Panorámica de la población . Foto tomada de Internet


Calle de Sonsón. Foto tomada de Intenet

Desfile en las Fiestas del Maíz. La familia Castañeda. Foto tomada de Intenet

Torres Mendez.Transportando un viajero hacia Sonsón
Taller. Años 20
Sonsón. Años 20 Foto tomada de Inernet
El Municipio de Sonsón: Recuerdos de Rafael Benjamín.


Continuamos la extensa entrevista hecha a Rafael Benjamin sobre los municipios de Antioquia en donde vivió su niñez y juventud. El turno es para el Municipio de Sonsón. Tomamos algunos apartes, de manera un poco arbitraria - y que nos perdone Rafael - para publicar luego algunos textos sobre temas de interés específico: el habla en Sonsón, la música, etc.




Perdonen el desorden de mi relato, pero así funciona la memoria. Entre los siete y los diez y seis años crecí en este medio rural y pueblerino, en Sonsón, al sur de Antioquia. Los marxistas hablan del “idiotismo de la vida rural”, un prejuicio cultural de mentalidad urbana y europea. Y la vida en Sonsón no era "plana", sin emoción, por el contrrio, la recuedo como un hecho dinámico a pesar de la rígida estructura de clases del pueblo y la mentalidad familistica de los antioqueños. Es la mentalidad familística – la pertenencia tribual – la que le da un sabor especial a la vida en Antioquia pero también la hace pesada. El familismo paisa es un seguro. Uno le endosa la vida a la familia a cambio de seguridad. Esto que digo no es exclusivo de esta región, tipifica un modelo de organización social que puede encontrarse en todo el mundo y que origina comunidades cerradas. Pero el control familiar y el encerramiento –amurallamiento narcisista diria quizá Estanislado Zuleta- suelen ser dañinos para el desarrollo de la persona. “Unas por otras” diría un paisa. Mi familia era atípica. Era pequeña, los padres y tres hijos. Y extranjeros en los pueblos donde vivimos, no teníamos parientes a donde acudir. Esto obligo a hacer de mis padres dos personas muy sociables. Era una cuestión de sobrevivencia. El problema de no tener parientes lo sentíamos de manera crítica en la escuela donde, si nos involucrábamos en una riña, aparecía una caterva de hermanos y primos de nuestro contrincante y nos molían a palos. Tuvimos un momento de gloria en Sonsón cuando Manuelito Grisalez, un amigo campesino de mi padre, a quien íbamos a visitar a su finca algunos domingos y de cuya casa regresábamos cargados de papas y hortalizas, envió a uno de su hijos a vivir con nosotros para que pudiera asistir a la escuela primaria. Era un muchacho de unos diez y siete años, fornido y pendenciero de nombre Alonso, que apenas ingresaba a primero para aprender las primeras letras. A las dos semanas se había trabado en cuanto pelea era posible, había retado y herido con la pluma de los encabadores –plumas de escribir - a más de uno, descalabrado a garrote a otros e impuesto un régimen de terror único lo que hizo que nadie se volviera a meter con nosotros por el temor a las represalias sabiendo que vivía en nuestra casa. Esta felicidad – y esta es una lección de ciencia política – duró el corto periodo del año lectivo mientras tuvimos al rufián protector con nosotros. Expulsado de la escuela por conflictivo - de donde salió sin saber siquiera la primera del abecedario – volvió la realidad, y nuestros enemigos escolares, con más saña, la emprendieron contra nosotros. Antes de continuar con mi relato y mi vida escolar, voy a hablar del pueblo, al que nunca he regresado, desde 1962, año en que me expulsaron del colegio y me marché.

Algo de historia sobre Sonsón

El lugar donde está Sonsón fue visto y ocupado por los españoles hacia 1541 en tierras de indígenas agricultores y pacíficos que el bárbaro conquistador Jorge Robledo llamó los Armas y que estaban gobernados por Maitamac, el shamán, y Sirigua, el guerrero. El pueblo indígena sucumbió en la guerra y sus sobrevivientes, 86 años después, fueron llevados esclavos a trabajar en el Real de Minas de San Sebastián de Quiebralomo, en el resguardo de San Lorenzo creado en 1627 por el Oidor Lesmes de Espinoza, en el actual municipio de Riosucio. Decía un viejo indígena que conocí en San Lorenzo, que Maitamac, el shaman, maldijo a los conquistadores y a sus descendientes y a quienes profanaran la casa ceremonial, dedicada al sol, al pie del tutelar cerro de Capiro. El pueblo localizado a 2475 msnm se fundó de manera definitiva en 1800 por un grupo de colonos y mineros que venían movilizándose desde el oriente hacia el sur en tierras de concesión (Villegas- Londoño), en un frente que llegaba a Pocitos (hoy municipio de Nariño) y el río Samaná. También con la expectativa del camino que de Medellín conduciría a Mariquita en el valle del Magdalena. Los colonos estaban al mando de José María Ruiz y Zapata. Lo llamaron Sonsón, una castellanización de un vocablo indígena que designaba el sitio sagrado junto al cerro. En 1814 fue erigido municipio. Fue también Departamento. La colonización antioqueña fue empresarial, por la forma en que fue organizada, y se hizo contra tierras concesionadas desde La Colonia. Hoy se diría que fue una invasión de tierras organizada. En Sonsón, durante la Fista del Maíz, que se celebraba cada año, se hacía un desfile, el "Desfile de la familia Castañeda" que recordaba el viaje de los colonos llevando sus enseres, ganados y familias a las nuevas tierras. Era, quizá lo sea todavía, una caravana preciosa de "invasores" organizados. El desfile perdió ese sentido profundo, político, de la recuperación de las tierras monopolizadas por los dueños de las concesiones y se volvió un evento folclórico donde se recuerda, de manera nostálgica, la vida idealizada del campo. (Este desfile fue apropiado por los pastusos que lo incorporaron a su Carnaval de Negros y Blancos). El pueblo fue la cabeza de puente de la colonización antioqueña hacia el sur viviendo una época de prosperidad en la que también se afincó un grupo de gamonales de la tierra conservadores que tuvieron una activa participación en la guerra “ de los supremos” de 1841 en defensa del centralismo y la religión católica y en contra del liberal Salvador Córdova, hermano del héroe de Ayacucho que se opuso a la dictadura de Bolivar. En 1862 llegó a al pueblo el poeta Gregorio Gutiérrez González con un pariente obispo que huía, dicen, de la persecución de Mosquera. Menciono este hecho porque el poeta es un emblema del pueblo. Gutiérrez González nació en la Ceja hacia 1826 y murió en Medellín, me parece, en 1872. Afirmaba el bardo que no escribía en Español sino en antioqueño. En 1894 -las fechas pueden ser imprecisas-, Sonsón tenía su propio banco; en 1875 llegó el telégrafo y en 1913 creo su propia empresa pública de luz eléctrica (“La Planta”) y acueducto. En contraste con la elite blanca de rentistas del suelo, se había abierto una pequeña industria artesanal de textiles, velas, gaseosas (Bananol, Cola-Nuestra), curtimbres, chocolate (Chocolate San Bernardo) y forja, que comenzó a declinar con la apertura de la Carretera Medellín –Sonsón en 1930. El escudo del pueblo que muestra al cerro Capiro, la Catedral ya desaparecida y un río, tienen un lema en latín: Civitas grata amphora plena, es decir, “ciudad que es grata como una ánfora llena”. No se a quien se le pudo ocurrir semejante arrebato de cultura parroquial que a un sonsoneño , ni a nadie, le dice nada. Lo más imponente de Sonsón es el paisaje y la transparencia de su luz. El cerro Capiro se yergue al lado del pueblo y el valle se abre hacia el sur y oriente limitado por la Cordillera Central que en la región es llmado Páramo de Sonsón, y cuyas alturas domina el Cerro de las Palomas a 3340 msnm. Otro conjunto de cerros se levantan en la cordillera, todos por encima de los 3000 metros conocidos el Morro de La Vieja, Peña-partida, Alto del Condor, Alto de Sirgüa, Cuchilla de la Osa, Cuchilla de Montecristo y la Serranía del Guayabo en límites con el departamento de Caldas. Estos cerros son un afloramiento del batolito de Sonsón, una mole rocosa de origen volcánico. Un espectáculo que disfrutaba de niño era ver las águilas de páramo deslizándose por las corrientes de aire bajo un cielo azul infinito. Cuando nosotros llegamos a Sonsón estaba en el punto de quiebre de su decadencia. Los artesanos y algunas personas progresistas trataban aún, sin éxito, de romper la rígida estructura de clases del pueblo y favorecieron el surgimiento de algunas actividades culturales, pero finalmente todo fue dominado por una minoría terrateniente, retrograda, que vería su ruina por la crisis agraria de los años 50. Las calles del pueblo estaban bellamente empedradas y al año siguiente de nuestra llegada, levantaron las piedras para reemplazarlas por asfalto, lo que se entendió como una clara señal de “progreso” idea que llevaba a todos los lugares el gobierno militar de Rojas Pinilla. En ese entonces las calles estaban todavía pobladas de fantasmas. Louis Gouzy el organillero francés que se paseó por sus calles a mediados del siglo XIX cruzaba ahora las noches oscuras tocando una melodía de Rameau, y el célebre Ñito Retrepo que venció la mismísimo diablo en trova libre en el café Niágara, liberal y anticlerical, sólo se aparecía muy de vez en cuando en Tierrabaja, el barrio de las putas para recordarle a los pecadores lo que eran los tormentos del infierno. Doña María Martinez de Nisser, vestida de soldado se decía, rondaba por la Calle del Venterrón pagando el purgatorio por haber ocultado sus formas de mujer y montar a caballo a horcajadas como los hombres, no importa que fuese para ir a combatir en la guerra civil a los impíos liberales del General Rengifo que le habían dado de beber a sus caballos en las pilas de agua bendita de la iglesia, y que habían profanado las “sagradas formas” (las hostias de comulgar) dándoselas a las bestias. Esta historia estaba contada en una placa de mármol al pie de la pila de agua bendita en una nave de la Catedral. Se decía también que el mismo General Rengifo, éste si condenado en el infierno, deambulaba en las noches de lluvia arrastrando pesadas cadenas en el camino al cementerio. Doña María Martínez de Nisser nacida a comienzos del siglo XIX y fallecida, si no estoy mal, hacia 1872, - tomó su apellido de su marido, Pedro, un minero sueco, socio de Carlos de Greiff -, fue tenida como la Juana de Arco Antioqueña. Conservadora, clerical, hija de un maestro de escuela, participó en la mencionada Guerra de los supremos, o de los conventos, en el ejército conservador de Antioquia, venciendo a los liberales, que habían secuestrado a su esposo, en una batalla en el municipio de Salamina. Escribió una autobiografía titulada “Diario de los sucesos de la revolución de Antioquia” editada en Bogotá, me parece, en el año de 1843. Esta guerra civil se originó en Pasto por la orden del Gobierno de vender unos conventos con poco monjes, lo que ocasionó el alzamiento en armas promovida por círculos católicos conservadores, circunstancia que aprovecharon doce provincias del país, que reclamaban un régimen federal, para levantarse contra el gobierno central de José Ignacio Márquez oriundo de Ramiriquí, el primer gobernante, que la Colombia del Siglo XIX, pudo terminar un período presidencial. Los sublevados se autodenominaron “Jefes supremos” pero no pudieron darse unidad política ni militar lo que significó su derrota, y para la Antioquia santanderista una gran frustración. Esa guerra tuvo un hecho insólito y fue la fuga del presidente hacia el Cauca, buscando protección al saber que las tropas rebeldes tenían asediada a Bogotá. El general Juan José Neira, que llegó a Bogotá el mismo día de la fuga de Márquez, reorganizó las tropas de la capital abandonada a su suerte, venció a los rebeldes en el combate de La culebrera. Los bogotanos sufrieron mucho con la guerra por eso nunca le perdonaron a Márquez su cobardía y al regresar éste, y al dictarse una orden de libertad para los presos políticos de la oposición, las muchedumbre, el 9 de febrero de 1841 se tomó en protesta las calles, en los que se llamó La gran pueblada, y apedreó las casas de los políticos y en especial la del presidente Márquez. Después de este gobierno vendría un período de presidentes militares.

La vivienda

Las casas de Sonsón eran casi todas de uno o dos niveles, construidas en tapia con cubierta de tejas de barro. Sin excepción todas tenían de acceso un corredor, en muchos casos con contra portón. La puerta principal permanecía abierta durante el día. Detrás de la puerta se fijaba una imagen calva de San Ignacio de Loyola con la leyenda“ Al demonio: no entrés” y una oración. La casa era, o es la típica de la colonización antioqueña en ele, o rectangular, con habitaciones en galería, con un patio central con corredores, decorativo, en el que se cultivaban con esmero plantas ornamentales, especialmente bifloras y rosas, y con otro patio utilitario en la parte posterior, junto a la cocina y los servicios sanitarios. En este patio posterior era común mantener gallinas, perros, cerdos, conejos, y algunas plantas de fruto como el tomate de árbol, matas de ochuva, brevos, y papayuela. La primera habitación, junto a la entrada solía corresponder a la sala, que permanecía cerrada y se abría sólo para las visitas. Tenía tres o cuatro sillas y un sofá, una mesa de centro con porcelanas y objetos de vidrio que no sé por qué llamaban “recortado”; ceniceros de pie y en algunas casas, escupideras. Una pequeña vitrina contenía el tesoro de las señoras consistente en porcelanas y detalles como cruces, camándulas y recuerdos traídos de Tierra Santa por algún familiar o por un cura vivo. En las paredes era clásico uno o dos “gobelinos” con escenas europeas románticas o de caza, y los diplomas y mosaicos de fotos que acreditaba los estudios de los habitantes. Una fotografía – ampliación - en gran formato de los abuelos, presidía las visitas. El comedor, en la parte posterior daba contra la cocina de un lado, y de otro, con el jardín central. Una litografía de la Última Cena de Leonardo no faltaba. La cabecera de la mesa estaba destinada al padre. Un aparador servía para guardar la vajilla de lujo y colocar encima bandejas con los alimentos mientras se servían. El radio ocupaba un lugar especial, una repisa, y se cubría con carpetas tejidas en croché. Las alcobas estaban conectadas entre sí, en galería. Pesados escaparates servían para guardar la ropa. Debajo de cada cama había una bacinilla para orinar y evitar la caminada hasta el patio de atrás y los cambios bruscos de temperatura. El cuarto de la pareja, jefe del hogar, solía ser más grande, con “tocador” o una luna de espejo para la mujer y costurero. Las ventanas que daban a la calle tenían pesadas alas de madera y postigos. A través de estas ventanas, la mujer sentada y abrigada al interior, y el hombre aterido de frío y de pie en el exterior, se establecía el dialogo ingenuo de los noviazgos de la época. La cocina era un espacio amplio, con hornillas de concreto y hierro que utilizaban como combustible carbón vegetal, un lavadero, una mesa, un depósito para el carbón, un aparador para las ollas y la vajilla del diario y un lugar – alacena- o arcón para guardar los alimentos. En algunas casas un pesado tanque de agua – tina – conservaba el agua caliente que alimentaba una tubería metálica, un serpentín, que atravesaba las paredes de la hornilla. La llegada de la olla a presión – bautizada como olla atómica - fue todo un acontecimiento y fue el primer implemento de cocina “moderno” que llegó. Se trató de implantar el fogón de petróleo, pero fue rechazado porque los alimentos quedaban impregnados del combustible. En el patio junto a la cocina, estaba el lavadero de ropa. La ropa se secaba al sol en el patio. La ducha y el sanitario eran dos cuartos pequeños contiguos. Un pequeño altar, siempre con velas, dedicado a los santos, especialmente San Cayetano y San Francisco que garantizaban que el mercado nunca faltaría. San Roque protegía la familia de la peste y Santa Rita le daba paciencia a las mujeres para soportar "la cruz del matrimonio” que no era otra cosa que la sexualidad masculina y su correlato, la infidelidad. Las casas eran adornadas primero con todo con el cuadro del Corazón de Jesús, imágenes de la Virgen María u otras ejemplarizantes, como "la muerte del justo" y "la muerte del pecador". Los comedores y salas eran adornadas con litografías con escenas de ninfas, y cuadros de opera. En los bares no era extraño ver imágenes de, o que imitaban, al pintor Julio Romero de Torres, el artista español, de Córdoba, recordado en las canciones populares de Andalucía, que pintó unas mujeres, que vistas en las litografías de la época, poblaban los sueños y fantasías eróticas de los hombres.. Un cuadro que siempre me impresionó era el de una mujer rubia de cabello largo y ondulado echada en una gruta, con un seno casi…casi descubierto, meditando con una calavera en la mano. No sé si era Genoveva de Bravante, la noble medieval que acusada de infidelidad fue condenada a muerte por su esposo, Sigfrid, pero esta huyó y vivió durante años oculta y solitaria en una cueva, o se trataba de la Magdalena, penitente. No importa, era el mito erótico de la mujer joven y solitaria que rechaza el mundo. En la ideología del paisa la vivienda es el reino de la mujer; ella manda allí. De la puerta para afuera comienza el reino del hombre. “ los hombres en la cocina huelen a rila de gallina..”era un dicho popular en ese entonces lo mismo que, “… cada uno en su casa es rey, pero su mujer hace la ley”.

La comida

La comida en Antioquia era una institución de las más igualitarias que he visto. Ricos y pobres, en Sonsón, comían igual, cambiaba la cantidad quizá y la calidad de los ingredientes, pero era lo mismo. Todas las familias, sin excepción desayunábamos, después de los tragos de café, que era lo primero que se hacía cuando se prendía el carbón – vegetal - de la cocina. Unos “tragitos” para antes del desayuno o después del baño. El desayuno, todos los días, era chocolate en agua de panela, arepa grande de maíz blanco o amarillo (tela), "hogao" (tomate macerado y frito con cebolla y aliños) y “calentao” de fríjoles con arroz del día anterior, o con "migas de arepa", eso era lo fundamental, luego, si había, "quesito" y “parva” (pandequesos, bizcochos, panes) o un pedazo de carne frita o un chorizo. La sopa dulce de avena era un lujo al desayuno lo mismo que un tamal antioqueño (de masa de maíz, un pedacito de costilla de cerdo y rebanadas de papa y una pocas de zanahoria para cortar la grasa). Las medias nueves variaban pero podía ser café en leche o aguadepanela con un pan, avena, un banano, o salpicón de fruta. El almuerzo era que el variaba a través de la semana. De mi casa recuerdo el "arroz atollado" con carne molida del jueves; el “sudado” del viernes y el "sancocho" del sábado. El sudado era un estofado de papa, plátano maduro, yuca y carne de res pulpa. Se componía el almuerzo de sopa, seco y sobremesa. El seco era arroz – todos los días - , carne o huevo, tajadas de papa o de plátano fritas y ensalada. Para variar a veces el almuerzo llevaba "carne de molde” , albóndigas u otras preparaciones laboriosas. De bebida, o sobremesa se utilizaban jugos de fruta, aguadepanela con limón o "claro de mazamorra" con un pedazo de panela. Había postre o dulce de temporada, especialmente “desamargado” de frutas; dulces de ochuva, papayuela y tomate de árbol eran frecuentes por lo económico que resultaba su preparación ya que la fruta o existía en los solares de las casas, o se lo regalaban a uno en otras casas. Igual sucedía con el dulce de "vitoria", una calabaza, cuyo dulce, llamado “cabello de ángel” se servía en una taza con leche. Las sopas clásicas de mi casa eran la de torrejas o tortillas de harina, la sopa de harina de trigo con tajaditas de papa frita encima, sopa de guineo, sopa de fideos y papa y sopa de maíz tierno que le encantaba a mi padre. Un auténtico lujo era la crema de curuba o guanábana al principio del almuerzo. Al llegar de la escuela venía el “algo”, siempre chocolate en agudepanela y parva o si no, arepas redondas con mantequilla. A esos de las seis y media o siete de la noche se servia “la comida”, la cena, que siempre era igual: fríjoles con arroz, arepa redonda, carne frita o molida – si había - y tajadas de plátano maduro o patacones de plátano verde. Para rematar se servía una taza de mazamorra de maíz con leche y bocadillo o panela raspada. Luego se rezaba el rosario y algunos tomaban merienda, es decir aguadepanla con leche caliente. Y a la cama. Esta dieta, diaria, resulta en la actualidad absurda o perjudicial para la salud, pero así comíamos, así vivíamos todos. Entre los platos ocasionales estaba la “changua” para el guayabo – resaca- que era sopa de huevos en leche con cilantro. La preparación de las tripas de cerdo para los chorizos y la morcilla o rellena era una tarea una tarea poco grata. La "morcilla" se preparaba con arroz, la sangre del cerdo y mucho poleo; los chorizos eran rellenos de carne de cerdo picada y aliñada y debían “curarse” al humo y calor de la cocina. Se consumían con frecuencia gelatinas de pata de res que se hacían en casa de manera excepcional, como algo festivo, por lo laborioso del trabajo, mejor se compraban las gelatinas donde doña María Salomé; las empanadas eran cosa del fin de semana; los buñuelos de queso eran propios de la Navidad; en temporada de de maíz se hacían deliciosas torticas o amasijos y arepas de choclo; el plátano maduro asado con mantequilla, bocadillo y queso por dentro, era una delicia frecuente, el "sabajón de huevo" era un licor cuya preparación era muy exigente, las mujeres – sin menstruación – batían a fuego lento las yemas de huevo a los que se agregaba de manera lenta, lentísima, azúcar en almíbar que vendían en la farmacia, lo mismo que el alcohol al cuarenta. Era frecuente que nos dieran claras de huevo batidas a las que se le agregaba azúcar y unas gotas de vino o de extracto de vainilla. El chocolate se hacía en casa luego de una fatigosa labor de tostado de los granos en una cayana – un plato grande de arcilla - , el quitado de la “cáscara” de la semilla y luego la molida manual en la máquina de moler arepas – marca Corona - .


El Cerro Capiro

En verano el viento mecía suavemente los maizales espigados y las laderas de los cerros se cubría de flores amarillas. Ya en mi adolescncia, después de abandonar las creencias religiosas y liberarme de culpas y fantasmas - proceso que luego les contaré - solía subir al cerro de Capiro a disfrutar la soledad, ver el atardecer y soñar viajando, más allá de estas montañas y sentirme alejado de estas gentes pegadas todo el tiempo de la sotana de los curas. Abajo veía el pueblo y la enorme catedral de piedra y al pié, la plaza principal donde estaba la Alcaldía, algunas casas de dos y tres pisos de los ricos del pueblo y algunas cantinas. Otras iglesias y capillas con sus campanarios identificaban los barrios: la Plazuela, la Valvanera, El Cármen, Guanteros, Madrigal, Carangal, Tapete, etc. Algún día, soñaba despierto, emprendiendo el camino, a pie, como el judío herrante, o como un escritor (Fernando González) que según oí en la tertulia de los liberales, pasó por aquí, y escribió un libro, "Viaje a pie", que estaba en el Índice, con otros libros prohibidos, y que para poder acceder a ellos y leerlos - al igual que a la Biblia- se necesitaba dispensa del Obispo.

Tierrabaja

Del ajedrez de las manzanas con sus casas de tejas de barro rojas se desprendía una calle que llevaba al barrio El Cármen; cerca, estaba “Tierrabaja” el barrio de las putas, un lugar maldito de donde salían los jueves, a revisión médica las “mujeres de la vida alegre” – vida que poco tenía de alegre -, con sus ropas ligeras y de colores, y sus rostros exageradamente maquillados. Los tartufos del pueblo las ignoraban sabiendo que allí iban de tarde en tarde a realizar lo que no podían hacer con sus mujeres, para luego ir a confesarse y madrugar, fariseos, a recibir la comunión. Una prostituta coja, (La Tuerta Valdés) era famosa porque sabía el arte del Colemico, en la que el hombre quedaba asido de su sexo hasta que a ella le diera la gana de soltarlo. Una prostituta legendaria era La guagua, una mujer tan hermosa que le hizo perder la vocación a más de un cura que la confesó, y que dañó innumerables matrimonios. Una racha de suicidios amorosos que hubo un año se le atribuyó a esta mujer, que debió abandonar el pueblo para radicarse en Medellín. La serrucho decían los que la conocieron antes de que se fuera a La Dorada, que tenía una cabellera igual arriba y abajo.

El cementerio

Al cementerio levantado por el belga Agustín Goovaerts -lo mismo que la cárcel- , se iba de caminada para ver las momias, el muladar de los suicidas – que no se podían enterrar en campo santo - y de paso, comer unas enormes gelatinas en forma de pez que vendía doña María Salomé. En noviembre, época de exámenes, grupos de personas iban en la noche a rezar a las ánimas y ponerles velas encendidas En su mayoría eran estudiantes a rogar porque les fuera bien en los exámenes finales. Había la creencia, que haciendo la novena completa, uno abría el libro cinco veces y allí estaban los correspondientes temas del examen. ¡Qué animas tan alcahuetas!

La vida intelectual

Los liberales despreciaban a la intelectualidad del pueblo que era nostálgica, conservadora. Fuera del pueblo, los sonsoneños de renombre eran: un cura, Roberto María Tisnés que era "historiador" y pertenecía a la Academia; Rodrigo Correa Palacios, locutor, declamador y escritor costumbrista, hermano de las bibliotecarias, hijo del dueño de la única librería del pueblo "La pluma de oro" y quien publicó algunos textos: Arrieros somos y Enjalmas y muleras, y produjo algunos discos recitando sus poemas llorones (“Si quiera se murieron los abuelos” …) y los de Jorge Robledo Ortiz, exaltando a la Antioquia rural y denunciando la degradación y los peligros de la modernidad. Antonio Paneso Robledo, que creo, era también sonsoneño, fue un periodista, enciclopédico, liberal, y uno de los defensores más grandes de los gobiernos de turno. Merecido reconocimiento merece Jacinto Jaramillo, un folclorista y coreógrafo de danzas tradicionales de Colombia, intelectual inquieto y rebelde que vivía en Bogotá. En Antioquia se solía decir que “en Sonsón solo se producía helecho, curas, monjas y bobos”, lo que resultaba injusto. Había una interesante vida intelectual que giraba alrededor de las tres señoritas Correa de la Biblioteca Municipal, y eran frecuente los recitales, exposiciones y veladas culturales. De los curas se destacaba el orador sagrado Alfonso Uribe Jaramillo a quien los pocos liberales, incluyendo a m padre, escuchaban con interés en el atrio o desde los cafetines cerca de la Iglesia. Los médicos, como los doctores J.J. Villegas, y otro de apellido Franco, eran verdaderos humanistas y con una generosidad y vocación de servicio única, lo que ya se perdió en las escuelas y la práctica de la medicina. Lo que mataba el pueblo era el excesivo moralismo, la hipocresía y el control de la vida de las gentes por parte de los curas y de un ejército de hombres y mujeres camanduleras que veían pecado en todo y se creían con derecho a meterse en la vida de los demás. En el Pueblo había una poetisa, Josefina Henao Valencia (1924) y que se hacía llamar Lucía Javier, joven, no se por que circunstancia era llevada en silla de ruedas. Nunca conocí sus poemas. En las artes plásticas se destacaba los Carvajal – originarios de Santa Rosa de Osos - , que hacían imágenes religiosas y sólo recuerdo un pintor moderno, Pablo Jaramillo, ceramista, que siendo estudiante de bellas artes, si mal no recuerdo, hizo una exposición en la biblioteca municipal. Había un teatro folclórico y un grupo de danzas infantil que creo se llamaba, de manera no muy original, “Caperucita roja”. Gregorio Gutiérrez Gonzáles, era el poeta de culto del pueblo disputando su cuna con Rionegro y La Ceja y a el estaba dedicada una de las plazoletas. Decían de él, que: “Rionegro le dio la cuna, la Ceja se la meció y en Sonsón mojó su pluma”. A él ya me referí, pero no sobra agregar que el poeta vivió en una finca cerca al río Aures, estudió en el Seminario y se hizo abogado en Bogotá en el colegio de San Bartolomé. En esta ciudad alterno en los círculos intelectuales radicales pero era conservador y tuvo una participación activa en la vida política del departamento al servicio de Pedro Justo Berrio y se dice que dirigió la conspiración contra el gobierno del liberal Pascual Bravo. Le gustaba el licor y de temperamento sensible se dedicó, además del ejercicio de la política y la abogacía, a la poesía y a tener hijos (tuvo trece con su esposa Julia). Se desempeñó como Juez; Alcalde de Sonsón; elector principal por Rionegro y Senador de la República por Antioquia. Fue uno de los redactores de la constitución que creó la Confederación Granadina y participó activamente, como teniente, en la guerra de 1861 para enfrentar las tropas del General Juan José Nieto. Tuvo minas de oro – sin exito- en la quebrada La iglesia en la confluencia de los ríos La Miel y Samaná. En Sonsón vivió, me parece, que entre 1848 y 1867 y es allí donde escribió gran pare de su obra. Sus poemas Aures y “ Por qué no canto” eran recitados en cuanto evento cultural había, lo mismo que su "Canto al maiz", un poema bucólico y romántico muy musical. Un poema altanero y desafiante titulado “A Antioquia” era parte del credo de todos los “nacionalistas antioqueños” de orientación ultra-conservadora. Este poema demuestra lo malo que resulta la mezcla del arte y la política.

Los liberales de Sonsón

Sonsón era un pueblo hegemónicamente coservador. Los curas eran el poder real del pueblo. En Sonsón los pocos liberales leían libros prohibidos por la Iglesia Católica. El Manifiesto del Partido Comunista, libros de los rosacruces, folletos sobre el magnetismo, textos amarillentos con discursos de Juan Montalvo, el panfletista ecuatoriano, “el mejor polemista del mundo” según el zapatero Ayala; novelas románticas y bobas y panfletos y novelas como las de Vargas Vila, un personaje cuyo sólo nombre despertaba la ira de curas y susto en las beatas que jamás lo habían leído. Los liberales se reunían en un café pequeñito donde había una nevera y nos vendían a nosotros, los niños, helados envueltos en papel encerado. Lo atendía un señor alto, callado, de sombrero borsalino y vestido de paño de saco cruzado – como un personaje de cine negro - , también liberal. En el gramófono tragaperras, para oír discos de acetato de 78 revoluciones, rocola le dicen ahora, en Antioquia piano, sólo había música operática y brillante. Las preferidas de mi padre eran las danzas húngaras, en especial la No. 5 de Brahms. Esa melodía desde entonces me quedó como una impronta y siempre que la escucho me produce una profunda nostalgia, lo mismo que una melodía de La Leyenda del Beso , una zarzuela de comienzos del siglo que ponían en las salas de cine antes de comenzar las películas. En mi memoria todavía veo a los liberales del pueblo reunidos entorno a una mesa, las cabezas hacia el centro, fumando, hablando en voz baja, rememorando a Gaitán, su líder, despotricando contra la iglesia católica, desentrañando teorías milenarias y soñando con un futuro en paz, gobernado por la razón y la ciencia. Sueños de humildes artesanos, sueños de una especie en extinción que no intuía, que vendría una nueva generación de fanáticos de izquierda que haría de sus sueños nada, como el humo de sus cigarrillos, y que los fanáticos de derecha con nuevos ropajes liberales gobernarían a sus anchas y predicarían desde las universidades cínicas recetas para hacer más ricos a los ricos y más sumisos a los pobres.

El terremoto

En 1961, estábamos todavía en la cama cuando sucedió un terremoto. Nos reunimos en el solar donde mi madre de rodillas, pedía la intervención del altísimo. Mi padre, estaba lívido del miedo. Y de nosotros, qué decir. Asistíamos al fin de los tiempos. La tierra se detuvo lentamente. Los ruegos de mi madre parecían tener éxito. Una nube de polvo sustituyó el cielo azul de los días de verano. Salimos. Casas derruidas y la Catedral destruida dejando varias víctimas que estaba en misa. El enorme edificio de piedra del que tanto se ufanaran los fariseos del pueblo estaba herido de muerte y amenazaba ruina. Quisieron repararlo, pero Dios, en su inmensa sabiduría sacudió de nuevo la tierra y en 1962 echo al suelo este monumento a la vanidad pueblerina. Con la muerte de la catedral los ya derrotados gamonales del pueblo se marcharon.Y se marcharon sus hijos. El shamán Maitamac había cobrado lo suyo.

Para finalizar

En resumen, nuestra vida en Sonsón fue grata. Las vivencias tenidas allí pueblan mis sueños. Allí eché las bases de lo que sería mi vida. Allí nacieron mis alas y de allí partí con infinitas ganas de volar – todavía no lo logro... pero uno hace lo que puede – De Sonsón me queda el recuerdo sus generosos y buenos campesinos, la heroica resistencia de un puñado de liberales, intelectuales del pueblo, la gente llana, sencilla que conocí, y uno de los paisajes más hermosos que he visto. El pueblo merece ser refundado. Los actuales sosoneños deberían exorcizarse de todos los mitos y mentiras del pasado, de la violencia que después desoló el pueblo, y crear en ese valle de ensueño un pueblo lanzado al futuro, abierto, y reconocido en el mundo por su vocación de paz y libertad, donde lo único que estaría prohibido sería levantar catedrales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

buenas como esta soy hija de una sonsoneña qepd . usted nos podria relatar sobre la maldicion del flaco, el fue uno de los hombres que maldijo el padre tisnes por tirarle piedras a la iglesia. mi abuelo conocio a este hombre apodado el flaco y a la mama de el eran amigos. este espanto sale por la carretera de una finca o hacienda llamada o que se llamaba chaverras , si usted sabe algo o alguien que sepa bien sobre esta historia se lo agradeceria mucho. pues hara unos 5 años un primo que vive en sonson iba en moto por esa carretera y se encontro con ese espanto, ese hombre siempre va en un camion y cuando ya esta cerca de uno . mi mama tambien lo vio cuando joven con una tia el camion salta y el hombre se carcajea , mama vio que dentro de la cabina del conductor iba como en lenguas de fuego , me parecen que eran tres hombres, el uno lo pateo una mula y murio y murio como lo maldijo el padre tisnes que moriria con la lengua afuera y este otro homber el flaco me imagino que murio en ese camion pues en ella se aparece, y mi primo ya cuando mi madre estaba viejita antes de morir ella el le conto que se lo habia encontrado de dia, que el iba en moto vio un camion detras de el y de repente el mismo camion aparecio al frente de la nada y desaparecio despues. usted que sabe de esta historia ? nos podira contar. y como se llamaban los otros hombres ? gracias