viernes, 21 de agosto de 2009

UNA MADRUGADA CUALQUIERA

Nuestra vereda Santa Elena. Foto: E. Sánchez


UNA MADRUGADA CUALQUIERA

Cuento de Carlos E. Sánchez (Toto)

A pesar de la empuñaba con fuerza la pluma, la punta bailó un poco sobre el papel al poner el punto final. Con pesadez puso el secante sobre el manuscrito y luego se levantó extenuado para abrir la ventana de su estudio, y aunque el frío de la madrugada le quemó un poco el pecho, dejó que el aire seco de la mañana le llenara los pulmones. Don Alonso Quijano miró a su alrededor, y a pesar de la sensación de mareo, tomó de la mesa la copa y bebió lo que quedaba del vino, soportando en la boca un sabor parecido al amargo del vinagre. Apagó las lámparas y se dejó caer en el sillón, hundiéndose en la oscuridad, y mientras observaba las luces que poco a poco se prendían a lo lejos, su conciencia lo aferró, espantando el sueño con el resuello de su impaciencia. -Se trata de un héroe- pensó. –y un héroe debe sufrir para ser héroe- aclaró para sí mismo con firmeza y convicción. Esa era la respuesta. Solo entonces sintió que lo abandonaba la intranquilidad y que Morfeo lo acogía en sus brazos hasta dejarlo profundamente dormido. No supo cuánto tiempo había pasado antes de despertarse en aquel lugar fantástico que había visitado durante las últimas semanas. Se levantó y caminó por una pradera azul hacia el molino de viento donde sabía lo esperaba su personaje. Por primera vez sintió que tenía el valor suficiente para dejar las cosas claras, para poderle explicar a su personaje por qué debería sufrir, y que si él había escrito que Don Miguel de Cervantes y Saavedra perdería una mano durante una batalla en Lepanto, era porque aquel estaba destinado a ser un héroe...


Marzo de 2007

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