jueves, 4 de junio de 2009

SOBRE LA NOVELA Y LA LECTURA

Foto: E. Sánchez


Nuestro vecino y contradictor Rafael Benjamin nos envía esta nota publicada inicialmente en la revista " Letras" de la Universidad Autónoma de Bogotá.

SOBRE LA NOVELA Y LA LECTURA


Rafael Benjamín

El arte de novelar

El arte de novelar es parte de la condición humana. El ser humano es el resultado de un largo y complejo proceso evolutivo y de desarrollo de la imaginación. El ser humano, en pocas palabras, se debe a la imaginación y la imaginación se expresa en narraciones, algunas efímeras como los sueños, otras transmitidas por la tradición oral, y otras escritas, como lo muestra el arte rupestre, en ideas gráficas. De allí que las primera novelas, de las que en muchos casos hemos perdido su significado, están escritas en las cavernas o en las rocas de los antepasados de las sociedades actuales. La historia del Yuruparí, por ejemplo, es una hermosa narración amerindia en la que las mujeres roban las flautas creadoras a los hombres y estos, desprovistos de poder, las persiguen hasta arrebatárselas. Esta narración está dibujada al igual que los graffitis actuales, en las paredes de las rocas de los ríos del alto Amazonas, para ser leída por los viajeros de aquellas inmensidades.

La palabra actual, novela, se originó en Italia y tiene como antecedentes literarios la poesía épica, la crónica, en especial la de viajes y las historias morales. De textos italianos la tomó Cervantes cuando tituló sus narraciones como Novelas Ejemplares. Como obra para ser leída, tiene como soporte, primero en el trabajo de los copistas y luego la invención de la imprenta por Gütemberg quien editó en 1457 el Salterio de Magüncia. Imprimió además, un calendario astronómico, dos Biblias y las llamadas Cartas de Indulgencia.

La novela es el resultado del ejercicio del espíritu de los seres humanos, como afirmación de la aventura humana que no es otra cosa que la afirmación de su libertad frente a todo aquello que la constriñe; de su desesperanza frente a la fugacidad de la existencia y de sus dudas dispuestas como dardos destinados a herir poniendo en tela de juicio y suspenso todo lo que existe.

La novela, debe verse también como el resultado y las tensiones de cuatro procesos: Proceso de la historia de las sociedades; proceso de las ideas y prácticas narrativas; proceso de la vida o biografía del hacedor de novelas y el proceso de la lectura, porque la novela está destinada, y sólo se completa, si es leída.

El yo, sujeto hacedor de novelas; el con-texto y la narración, y el lector, conforman la unidad indisoluble y contradictoria de la novela. Estanislao Zuleta, el ya desaparecido lector inagotable del Quijote y de La Montaña Mágica de Thomas Mann, definió la novela como “... la presentación de un individuo problemático, en la que se expresan diversas perspectivas, diversos enfoques y formas de concebir le mundo en juego y en contraste unos con otros” Lo importante en esta perspectiva es la conjunción y contraste entre diferentes perspectivas existenciales e ideológicas. El drama existencial es lo fundamental pues como lo señala el mismo Zuleta, “ ... la novela es la aventura en su sentido fundamental”.

La novela a la universalización de la experiencia humana. Desde la elemental novela de vaqueros – a partir de las cuales me hice lector – con su drama del eterno fugitivo, perseguido injustamente por la justicia y sometido al imperativo ético de defender la gente de un pueblo amenazado por los violentos, hasta la compleja e intensa novela psicológica contemporánea – a la manera de Paul Auster - del ser humano urbano, asediado y condenando por un sistema social que predica la libertad pero que a su vez lo muele reduciéndolo a una fiera acorralada y solitaria frente a su televisor en un departamento de concreto, todas la novelas muestran situaciones arquetípicas, universales, que demuestran, que no obstante las complejas y variadas circunstancias geográficas y situaciones sociales, todos participamos de la misma condición. La novela nos atrapa conociendo por la imaginación en el drama de otros, nuestro propio drama.

En la novela hay un movimiento, un sentido de la narración que va llevando al lector a nuevos descubrimientos. No hay novela sin descubrimiento. Dice Zuleta que “...para que haya novela es necesario que el sentido de la vida de un personaje no esté designado de antemano”. Hay también una valiosa observación de Zuleta sobre la prosa. “…lo importante de una prosa , cualquiera que sea, es su capacidad de producir sentido (….) las malas prosas son siempre las que se afirman como prosa bonita por fuera de las necesidades del texto”.

La lectura de una buena novela nos ayuda a ser más humanos, a entender mejor el mundo en que vivimos y a ser más tolerantes y plurales; y sobre todo, nos ayuda ejercitar un derecho humano fundamental: el derecho a imaginar.

El placer de leer

Ya me ha sucedido en tres ocasiones: me he pasado de la estación de autobuses del sistema masivo de transporte – Transmilenio le decimos en Bogotá - por estar leyendo. La última fue grave pues debía ir a una entrevista de trabajo en el centro de la ciudad y por ir leyendo una novela de acción de Pérez Reverte (La Carta Esférica), terminé en la última estación, el “Portal de Las Américas”, lejos de mi destino y sin empleo, pues mis posibles empleadores se negaron recibirme. Cuando el conductor del vehículo me llamó la atención, una vez detenido el autobús en la plataforma, una parte de mi mente estaba sumergida en las profundidades del mar Caribe buscando el tesoro de un galeón español, otra, reflexionando sobre la absurda necesidad que tenemos los seres humanos de buscar tesoros, dorados, paraísos ilusorios y de tentar el azar; y una tercera estaba embelesada en las delicias de las palabras asociadas a la navegación.

Lo que acabo de decir es que la literatura nos permite una rara disociación de la mente que nadie ha podido explicar como funciona: mientras una parte se deja arrastrar por la corriente del relato, otra, al mismo tiempo, reflexiona sobre los abismos, grandezas y miserias de la condición humana, y una tercera, que se abre de pronto, y por cuya culpa me he pasado de las cientos de estaciones que nos pone delante la vida cotidiana, se abandona al placer que produce la dulce melodía del idioma en el relato. Me explico, además del “entretenimiento” y la reflexión, hay un placer derivado del “encantamiento” que produce el lenguaje bien hablado, bien escrito.

¡Qué placer!, que gusto da leer a los clásicos de una lengua, los escritores que se esmeran por hacer de sus obras verdades joyas del lenguaje. Un relato bien escrito, bien traducido, es como el buen vino, fermentado en los barriles tormentosos de la historia y el pensamiento, al leerlo, sentimos que tiene algo de eterno, de añejo, de sutileza, que tiene sabor, aroma y un halo de misterio y trascendencia cuando el escritor mezcla, experimenta, comunica y nos deja sentir esas cargas de profundidad que contienen las palabras.

Sentir las palabras, arrobarse por el relato y reflexionar, todo al tiempo, es algo único que nos ofrece una buena narración y que nos conecta, con sentido, a esta humanidad “agobiada y doliente”, algo más importante, en mi caso, que el triste empleo que me ofrecían como corrector de pruebas de una revista institucional de un almacén de electrodomésticos.

Una queja: Hoy en día pareciera que los escritores pensaran sus obras para ser traducidas al lenguaje audiovisual y privilegiaran la acción en detrimento del lenguaje, del buen lenguaje, y privan al lector de uno de los grandes placeres de la vida: una crónica, un cuento, una novela bien escrita.

De nuevo en la estación de autobuses de Transmilenio con otro formulario de empleo en la maleta; releo con placer “Los Adioses” de Juan Carlos Onetti...” cuando la mujer bajó del ómnibus , dándome la espalda...No era posible saber qué se traía ella detrás de los lentes oscuros...”. Y se me pasó el J70 en su último recorrido del día.
Referencias: Conversaciones con Estanislao Zuleta. Edición de Alberto Valencia. Cali 1997

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