Los invitamos a leer este hermoso poema de nuestro querido amigo Rafael Benjamín.
Ushuaia
“Hay
un gran dolor en aquella comarca argentina…”
Ricardo Rojas
Los
cormoranes siguen la huella extraviada
en el viento
de un vuelo náufrago.
Hay en mi sueño un rojo faro
y no hay otra señal en las cumbres nevadas
distinta
a tu reflejo en el mar transparente de
la Bahía Lapataia.
El
viento, que juega con tu cabello, trae silencios de piedra que sobrecogen el
alma.
Surco un
doble cielo: el de tus ojos y el del firmamento asomado
en el
espejo del lago.
Los
guijarros redondos dispersos en la playa
cuentan
la historia, aún no narrada, de la
tierra cuando en ser humano
no era
todavía una idea en las manos de un solitario y loco alfarero,
ni
siquiera el impulso errático de un gen sin memoria en los abismos de la falla del Lago Khami,
ni
siquiera un extravío de la vida en el pantano primordial de la tierra.
Caminamos
sobre preguntas sin respuesta,
vagamos
sobre una corriente pétrea que desafiaba nuestra ignorancia.
En los
guijarros, bajo un sol radiante,
nuestra
sombra era la escritura, una vez más,
de los
Yamana siguiendo nuestros pasos erráticos.
Existe
aquí, ahora, dijiste, una puerta invisible hacia una Patagonia no nombrada,
antes de
que la pezuña diabólica del hombre blanco profanara las tumbas antiguas
y el
vientre de las mujeres untadas de grasa de foca.
Te seguí:
encontraste
un camino al cielo interior entre las grietas del hielo enceguecedor de un
glaciar,
cuando
tu brazo, tu blanco brazo, más blanco que la nieve, penetró las oquedades
azules
del agua
seminal del tiempo,
y te hiciste, de repente, viento, bailarina de las inmensidades australes,
y pude
comprender, gracias a este milagro del
tiempo detenido en el tiempo,
los
rituales de la danza y el fuego que se escondían en tu corazón.
¿Hacia
dónde van las rocas en su silenciosa deriva?
Son inútiles
poemas de la tierra en su eterno parir, dijiste.
No había
manos dibujadas en las nubes
pero dejaste huella de las tuyas en la nieve del Cerro Martial
que un
caminante encerró en un corazón,
y en los alerces solo quedaron restos de verdes
y ocres preguntas
que el
tiempo no supo responder.
Y yo, y
tú, mujer bendecida por las luminarias del cielo estrellado,
estábamos
allí, en la quietud del lago,
devorados
por el repetido fuego azul del agua y del cielo,
y el
amor,
y no sabíamos
aún que todo amor es un acto de desobediencia,
y que lo
que jurábamos nos arrojaría más allá de los escollos
y de las
advertencias del Faro Les claireurs
a los
confines inciertos de un silencio cómplice,
navegando
a las bordadas entre el laberinto del
verbo
con sus
dientes afilados y sus trampas.
Lanzamos
piedras, cálidas piedras, al Lago Margarita
para
profanar el sabio silencio de las profundidades.
Ya lo
habían dicho las gaviotas:
yo no
soy si no un viajero muerto,
un
náufrago hace tiempo devorado por los fieras de los abismos del mar,
y mis
huesos han renacido a la vida, como alerces,
gracias
a una palabra mágica con sabor al mar antártico
pronunciada
por Amakaik, la dueña del fuego interior que arde sin consumirse:
” levántate
y anda”…
Y la
zarza ardió, y los huesos abandonados en los pedregales
y entre
las algas florecieron,
y yo,
errante, absurdo e ingenuo en mis silencios de ignorante,
emergí
de la nada, mi propia nada, en una noche de estrellas fugaces,
como mi
propia vida.
Y nada
dije
porque
no tenía palabras…
Rafael Benjamín.
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